“La crisis del coronavirus nos ha traído algunos momentos de gran dignificación del ser humano”
24/03/2021 – Entrevista realizada por Luis Labarga
Antonio Zapatero es doctor en Medicina y Cirugía por la Universidad Complutense de Madrid. Su especialidad es la Medicina Interna y ha sido Jefe de este servicio en el Hospital de Fuenlabrada, así como director médico del mismo centro. Fue uno de los directores del hospital temporal instalado en Ifema para pacientes del covid-19 y actualmente lleva a cabo su Plan Anti-COVID como viceconsejero en la Comunidad de Madrid. Su estrategia lo ha convertido en uno de los referentes en la lucha contra el coronavirus, tanto en España como en Europa.
¿Qué nos puede comentar sobre las últimas novedades del COVID?
Lo más novedoso es la evolución de las vacunas y sus efectos. El hecho, por ejemplo, de que se esté completando la segunda dosis de vacunación en las residencias de ancianos o entre el personal sanitario ha supuesto una reducción de contagios del 90%. En el hospital Gregorio Marañón de Madrid, sin ir más lejos, una vez se completó la vacunación, se consiguió que, ya en la primera semana desde el inicio de la pandemia, no hubiera un solo caso. La gran noticia, por tanto, es que las vacunas resultan efectivas.
En relación a las vacunas, se está escuchando que estas sirven para evitar que el virus provoque una enfermedad grave (o la muerte), pero no para suprimir el contagio en caso de que un vacunado tuviera el coronavirus. ¿Qué hay de cierto en esto?
Los laboratorios, en un principio, obligados por la situación de alarma epidemiológica, no contemplaban entre sus objetivos evaluar estos efectos a la hora de crear las vacunas. No había tiempo. La excepción es la de Moderna, que sí tuvo la lucidez de estudiar qué ocurría antes y después de inyectar la dosis. Para ello, realizaron a los individuos vacunados la PCR antes y después, y se demostró que la vacuna también disminuía la capacidad de trasmisión. Por otro lado, la aprobación del ensayo que ha llevado a cabo AstraZeneca también ha concluido que hay una disminución evidente en la posibilidad de infectar. De cualquier forma, creo que, en un par de meses, este aspecto concreto se va a ir reflejando con mayor detalle en la literatura médica. Lo más importante es que ha quedado probado que las vacunas reducen la mortalidad y la gravedad de las enfermedades, y esto es fundamental para los pacientes y para disminuir la presión sanitaria.
O sea que mascarilla y distancia hasta que las conclusiones sean contundentes.
Por supuesto. Esas medidas ahora mismo son esenciales y, por nuestro bien, aún le quedan un largo trecho.
Desde su conocimiento experto en la materia, ¿son preferibles las vacunas basadas en el ARN o las de antígenos más tradicionales?
Yo creo que todas las vacunas son buenas. Cada una tiene, eso sí, sus puntos fuertes y sus puntos débiles. Las de ARN, como se sabe, traen consigo una pega logística por el proceso de ultracongelación y transporte. Pero todas son buenas.
¿Y las que vienen?
Tienen muy buena pinta. La de Janssen, que ya se ha probado en Estados Unidos, aporta la gran novedad de que solo se necesita aplicar una sola dosis, lo que da ventaja a la hora de agilizar la vacunación de mucha gente. Además, su logística es muy sencilla. También está la vacuna rusa, que ya publicó su ensayo en The Lancet y cuyos resultados son muy esperanzadores. De momento precisa de la aplicación de dos dosis, pero ya están ensayando para probar si puede ser efectiva con una sola. Y además estamos pendientes de la vacuna china, de la que es cierto que todavía no se ha publicado nada, pero que se supone fiable al estar utilizándose masivamente tanto en China como en algunos países iberoamericanos.
Lo importante es que vayamos disponiendo de varias vacunas para que podamos suministrarlas a toda la población de forma rápida y eficaz porque, desde el punto de vista social, no creo que el mundo pueda soportar un verano como el del año pasado.
¿Y las españolas? ¿Son tan prometedoras como parecen?
Las españolas van con mucho retraso. Probablemente no lleguen hasta el verano del año que viene. Sí es cierto que hay una fábrica gallega, curiosamente llamada Zendal, que va a participar en el desarrollo de la vacuna rusa y al mismo tiempo va a contribuir a la producción de la de Novamax, que es una vacuna que viene de Estados Unidos y que tiene una pinta fantástica.
Hablaba antes de las perspectivas del verano en clave de pandemia. Vayamos un poco más allá. ¿Cuánto nos queda para concluir la fase más feroz del virus, aquella que mediatiza nuestra vida laboral y personal, nuestra economía, nuestra movilidad, nuestras expectativas?
La respuesta es muy clara: cuando nuestros sistemas inmunológicos, los de cada uno de nosotros, logren poner en dificultades al virus para que no nos infecte. Punto. A partir de esta idea, hay un concepto llamado “inmunidad de rebaño”, basado en una inmunidad generalizada (la del 70% de la población), que conseguirá neutralizar al virus cuando este pierda la capacidad de infectarnos de forma generalizada. Dicho objetivo, como digo, hay que conseguirlo antes del verano.
¿Dónde se producen el mayor número de contagios?
Los estudios que hemos realizado en la Comunidad de Madrid nos demuestran que los contagios se producen mayoritariamente en tres ámbitos y en este orden: en el núcleo familiar, en el social y, por último, en el laboral. El 80% de los casos documentados se dan en el ámbito familiar. Por eso, desde la Comunidad, hemos entendido que era posible facilitar una cierta actividad económica y social, aplicando siempre todas las medidas de seguridad, y, sin embargo, hace más de cinco semanas que establecimos como obligatorio que en los hogares no pudiera haber reuniones más que con los convivientes.
¿Cuáles son las líneas fundamentales de su estrategia Anti-COVID?
En Madrid hemos tratado de no enfrentar salud y economía para que esta última no colapse, ya que las consecuencias pueden ser catastróficas para la sociedad y este es otro elemento a tener en cuenta en la gestión de esta crisis. Buscamos ser lo más estrictos que nos sea posible con el tema de salud, procurando que esto permita el desarrollo de las actividades económicas, siempre con las restricciones a tener en cuenta. De hecho, yo creo que en algunos sitios se han tomado medidas mucho más duras que no han demostrado ser efectivas para el control de la pandemia. Basta comparar cómo las curvas de contagios son muy similares a las de Madrid, en la que sin embargo el coste social y económico ha sido mucho menor.
CONSECUENCIAS DEL COVID: MIEDO, DESESPERANZA… Y UN CANTO A LA VIDA
Don Antonio, ¿usted ha tenido miedo?
Claro que he tenido miedo. Cuando realmente fuimos conscientes de la pandemia del covid, allá por el mes de marzo del año pasado, yo me encontraba en Fuenlabrada. Allí lo vivimos como un tsunami, una cosa terrible. Recuerdo concretamente una tarde de ese mes en la que pasé por Urgencias y había 250 pacientes esperando para ingresar. Eran de todas las edades: jóvenes, mayores… Todos enfermos, todos asustados. En ese instante sentí la magnitud del compromiso personal y el vértigo que te producen este tipo de acontecimientos que no puedes controlar. Esta misma sensación se agigantó poco después en el hospital de Ifema, por el que pasaron 4.000 enfermos en siete semanas. Tuvimos mucho miedo pero fue el momento de darnos cuenta de que no teníamos tiempo para recrearnos en él.
¿Cómo consiguió bloquearlo, controlarlo?
Comprendiendo que era un elemento que iba a formar parte de mi labor pero que, si dejaba que me condicionase, me iba a impedir hacer bien mi trabajo. En cierto modo, en esas situaciones te das cuenta de que el miedo no te va a aportar nada brillante.
Tras una pandemia tan dura, ¿cómo ve usted a la sociedad desde el plano psicológico? Se habla de situaciones de estrés, de depresiones, de aumento de los divorcios…
Hemos estado, y estamos, ante una situación nunca vista por nuestras generaciones. Hay personas que han fallecido a causa del coronavirus, otras que se han infectado y han temido seriamente por su salud, muchas que viven con el temor de que se contagien sus mayores, sus seres queridos… Hay negocios cerrados, paro, malas expectativas económicas… y mucho cansancio. Esto es lo que llamamos la “fatiga pandémica” que, efectivamente, está suponiendo un incremento notable en el número de depresiones. Hay desesperanza y urge combatirla, porque de hecho es trascendental salir adelante. Nos ha ocurrido algo en la vida que ni por asomo pensábamos que nos pudiera llegar a pasar, y es necesario entender este fenómeno y sus consecuencias en nuestro estado de ánimo. Sin duda hay que reforzar ahora el papel de la psiquiatría y de la psicología, y prepararnos para ese cambio en la manera de relacionarlos con los demás. Algunos, incluso, para sobrellevar una cierta soledad en casa.
En lado opuesto, y como consecuencia de esa misma “fatiga pandémica”, parece que hay sectores de la población que han decidido tirar la toalla. Ha surgido el negacionismo, por ejemplo, y hay quiénes empiezan a preferir contagiarse a perder la sensación de libertad. Y todo esto redunda en una evidente irresponsabilidad en sus comportamientos…
En este punto, lo primero que quiero recalcar es que la inmensa mayoría de la población se ha comportado de forma modélica a la hora de acatar las normas y las medidas de seguridad. Y lo cierto es que ha habido restricciones duras. Tú piensa, por ejemplo, en una ciudad como Madrid, con la vida que tienen sus calles, y lo acostumbrados que estábamos a disfrutarla a tope. De repente se impone un toque de queda, se limitan las reuniones al ámbito de los convivientes, solo se escucha el silencio a partir de una hora… Es difícil de asimilar, sobre todo para los más jóvenes. Y, sin embargo, en general se ha entendido muy bien, se ha generado un sentimiento muy sano de pertenencia a una comunidad con un reto común a superar, y la irresponsabilidad se ha reducido a una minoría. Quiero recalcar esto, porque de hecho es lo que realmente hay que subrayar en esta crisis. La mayoría ha demostrado una gran madurez.
Desde la perspectiva mental, ¿cómo se asume la inmensa responsabilidad que usted soporta?
Yo la asumí estando en Ifema y viendo cómo iban cayendo pacientes y contagiándose compañeros. Sentí ese miedo del que hablábamos y decidí que no podía permitir que me condicionase. Así que me concentré en mis años de experiencia en hospitales y en el conocimiento técnico de la materia para sacar adelante lo de Ifema y, posteriormente, para diseñar el Plan Anti-COVID desde la Comunidad de Madrid. Entendí que había que llevarlo a cabo con determinación, que iba a tener unas repercusiones muy importantes en la sociedad, y que no tenía tiempo para perderlo en otros menesteres. La fe en el plan y los buenos resultados provocaron que esa responsabilidad se me fuera haciendo menos pesada.
Todos los médicos, como parte de su profesionalidad, tienen que contar con algún mecanismo psicológico para realizar su labor con frialdad y no dejarse llevar por la emoción ante la gravedad de algunas situaciones (pongamos como ejemplo una operación complicada). ¿Cómo se alcanza esa frialdad ante un reto tan enorme como es la gestión del coronavirus, con todas sus consecuencias en la salud y la concatenación de escenas desagradables?
Esa frialdad, efectivamente, es una cualidad que se adquiere en la formación del médico. En este caso, aunque el contexto sea muy complejo, se aplica igual a como se haría ante cualquier situación con un paciente. Para mí, el secreto para mantenerse frío es evitar el agotamiento y, para ello, es necesario aprender a desconectar. En la primera etapa de Ifema admito que me resultó más difícil, pero en esta segunda fase en la viceconsejería comprendí que desconectar en el tiempo de descanso era fundamental. Para mí fue imprescindible recuperar mis costumbres deportivas, como jugar al tenis, y procurar no estar solo en casa. El apoyo de mi familia y amigos a la hora de desenchufar por unas horas fue clave.
Estamos muy cansados, en el punto más alto de la “fatiga pandémica”. Para combatirla, ¿es mejor la resistencia ante la adversidad o intentar asumir serenamente el desastre?
Ambas cosas. Por un lado, hay que aceptar que la vida ha cambiado y aprender a adaptarse a la nueva realidad. Somos capaces. Por otro lado, hay que oponer una clara resistencia a la situación actual porque sabemos que, si aguantamos las embestidas y hacemos las cosas bien, con creatividad y determinación, podemos ganar el partido y volver a nuestra antigua vida. En cierto modo es muy importante el concepto de la resiliencia. Hay que plantearse una motivación fuerte para revertir la situación. La mía es dar una rueda de prensa para anunciar a los madrileños que podemos dar por finalizada la crisis del coronavirus.
En el marco de las restricciones y limitaciones impuestas a los ciudadanos para evitar contagios, muchos comparan la crisis del coronavirus con otras experiencias históricas con consecuencias mucho más graves para la vida de las personas (guerras, epidemias mortíferas…), afirmando que, pese al drama objetivo que nos asola, en el fondo esta crisis es mucho más sobrellevable. ¿Por qué cree que a nuestra sociedad contemporánea, posmoderna, del siglo XXI, le ha afectado tanto esta pandemia?
Por una razón muy concreta: porque nuestra sociedad no podía ni contemplar que algo así pudiera suceder. En otros momentos históricos se asumía la posibilidad de un desastre, pero ahora no. En este sentido, ni la sociedad civil, ni el sistema sanitario ni nadie estaba preparado para la posibilidad de una gran crisis de estas características. En nuestro mundo de internet, del 5G, del desarrollo tecnológico, de la comodidad, hemos perdido la percepción del riesgo, de los peligros que acarrea la existencia. Debemos aprender la lección.
En lo relativo a ese aprendizaje del que habla, ¿percibe que la crisis ha servido para recuperar ciertos valores humanos?
Por supuesto. En el ámbito médico, ha sido impresionante el valor de los sanitarios, así como su compromiso. Lo han dado todo por el bien de la sociedad. También hay que aplaudir a esos sectores que han estado exponiéndose al contagio, como los trabajadores de supermercados o los taxistas, por citar solo algunos, y lo conmovedor que resulta comprobar cómo han dado lo mejor de sí. Cuando estábamos sumergidos en la construcción del hospital de Ifema, vi a 300 fontaneros trabajar a destajo y ni uno presentó una sola factura para cobrar los servicios prestados. La Policía, el Ejército, los servicios de limpieza… La misma sociedad civil, con su comportamiento responsable, con su apoyo, con sus aplausos y sus ánimos, ha demostrado un enorme sentido de comunidad comprometida con un proyecto común. Ciertamente, hemos asistido a unos momentos de gran dignificación del ser humano.
El amor.
Esa palabra es la más importante para definir lo que nos mueve para tirar hacia adelante en estos momentos, tanto a nivel individual como en su proyección en lo colectivo.
La familia, los amigos.
Son la personalización del concepto anterior. El hombre es un animal social y solos no podemos afrontar nada. El apoyo de los seres queridos es lo más importante.
La muerte.
La muerte siempre está ahí. Esa es una realidad y los médicos convivimos con ella de forma natural. Nuestra sociedad tiene que admitir que forma parte de la misma vida y los médicos tenemos que trabajar para evitar las muertes que sean evitables, pero sabiendo que a todos nos va a llegar.
La vida.
La vida nos da tantas cosas… Merece la pena en sí misma. La vocación médica tiene mucho que ver con dignificarla y con procurar que se disfrute con la mayor calidad posible.
¿Realmente merece la pena aun cuando llega el Apocalipsis?
Por supuesto. La vida siempre merece la pena. De hecho, superaremos este “apocalipsis” y probablemente nos servirá para valorar con más profundidad su belleza y grandiosidad.