“Si le das la espalda a la muerte, subrayas su traición… Pero la vida no traiciona a nadie”
11/06/2021 – Entrevista realizada por Luis Labarga
Mariló Montero es una periodista y presentadora de televisión y radio. Nació en Estella (Navarra), y es hija de un gaitero y administrador del matadero municipal de Estella y de una enfermera. Su padre falleció en un accidente de tráfico y su madre a causa de la ELA. Ambos han sido sus referencias vitales a la hora de labrar su exitosa trayectoria personal y profesional. Tiene tres hermanos: Salvador, Francisco y José Ignacio, este último también víctima de un accidente de coche. Comenzó su carrera en 1985 en Radio Navarra Antena 3 y, desde entonces, su carrera ha sido fulgurante hasta alcanzar el estrellato. Madre coraje y amiga empedernida de sus amigos, su vida es como la palpitante novela de un género inclasificable.
¿Cómo está? ¿De vuelta a Canal Sur?
Eso es. Acabo de salir de una baja de dos meses por una lesión de tobillo y retomo los informativos de la noche. Tenía muchas ganas de volver con el equipo porque los dejamos con unas cifras de audiencia espectaculares y me encanta el proyecto televisivo que estamos haciendo. Hemos conseguido modernizar los informativos y aplicar el estilo que se lleva en las televisiones nacionales e internacionales: mayor ritmo, mayor empatía con el espectador, más didáctica, más realidad virtual, más grafismo… Aunque lo más importante es que hemos logrado que las noticias se comuniquen, no con el clásico lenguaje del periodismo escrito, sino con una forma de hablar más natural. Es un estilo de proximidad que me encanta ejercer y que el espectador que ha llegado a casa, cansado de trabajar, agradece a eso de las ocho y media de la noche. Eso sí, mantenemos el rigor informativo en grado máximo… La verdad es que estoy encantada de volver al ruedo.
Vayamos al meollo de la entrevista: su vida no ha sido nada fácil. La muerte ha golpeado mucho a su familia y de formas muy dolorosas. ¿Cómo se continúa adelante después de sufrir desgarros tan profundos?
Nadie me preparó para el fallecimiento de mi madre por ELA, ni para la de mi hermano en un accidente de tráfico. Nadie te puede enseñar cómo reaccionar ante la muerte de tu padre y de tu mejor amiga en otro accidente de coche. No hay nada escrito en clave de recomendaciones para estos y otros golpes tan tremendos que se reciben en la vida. No existe nada de eso que sea realmente eficaz. Ante hundimientos emocionales tan profundos, supongo que uno tiene que sacar el carácter y tratar de entender qué ha pasado, cuál es el sentido de la muerte. Luego cada caso es distinto.
Sus recuerdos.
Con mi madre me tocó vivir el fallecimiento prolongado que provoca la esclerosis lateral amiotrófica, y eso me dio la oportunidad de disfrutarla de una forma única. Recuerdo que, a falta de dos días para que yo diera a luz, estaba con ella en Madrid visitando a varios neurólogos para intentar entender qué le ocurría (estamos hablando de hace casi treinta años, cuando la ELA no estaba aún diagnosticada). Después de pasar por varios especialistas, por fin el último supo darme la respuesta a escasas horas de que ambas tomáramos un AVE de regreso a Sevilla para prepararme para el parto. Cuando el médico terminó la consulta con mi madre, y mientras la mandaba a una sala de espera, me llamó a su despacho y me preguntó si había venido acompañada por algún otro familiar. Le respondí que no, con ese embarazo mío que me salía por las orejas. Muy serio, me invitó a sentarme e indicó a su enfermera que me trajera un vaso de agua. Yo me dije: “Qué está pasando aquí?”. Y fue entonces cuando me explicó que, tras las pruebas realizadas durante la mañana, había concluido que a mi madre le quedaban cuatro años de vida.
El impacto debió de ser tremendo.
Me quedé en shock. Quería romper a llorar pero no podía, ya que la transparencia de la puerta y la escucha probable de mi madre desde fuera podía delatar que había recibido una noticia tan terrible. El vaso me temblaba en la mano, se derramaba el agua y tampoco podía recibir un abrazo que me consolase. Así que tuve que disimular ese impacto y acercarme a ella, que observaba mi rostro fijamente. Hice lo que puede, aunque no sé si la logré engañar… Mi madre me conocía perfectamente.
Las siguientes horas…
Le pedí al médico que redactara el informe de la forma más técnica posible con el fin de complicar su lectura. Mi madre había sido enfermera y sabía interpretar la literatura médica. Cualquier pista que hallase en los papeles, que revisaba una y otra vez en el AVE, podía llevarla a devorar libros para investigar sobre la nueva enfermedad. Ella era cultísima, se lo leía todo y no se le iba a escapar un detalle. Así que finalmente dejó el informe y tomó una actitud muy serena. Esa noche, ya en casa, me ahogué en el llanto. Y, sin embargo, puedo afirmar que fue la última vez que me permití caer en esa tristeza. Pensé: “Ella me necesita, mi bebé me necesita, y no puedo perder el tiempo con esto”. Así que me centré en el hecho de que mi madre estaba viva y en cómo debía organizar esos últimos años juntas. Y creo que ese enfoque positivo fue un gran acierto en aquel doloroso momento, porque dejé el trabajo para volcarme en ella y exprimimos esos cuatro años al máximo.
Disfrutaron la una de la otra.
Hablamos tanto, tanto, tanto de la vida. Nos despedimos tantas veces y con tanto amor y serenidad… Una de las reflexiones que nos ocupó, y que te adelantaba antes, era sobre el sentido de la muerte. Mira, no hay que darle la espalda a la muerte. Yo aprendí esto de mi madre: si le das la espalda a la muerte, subrayas que es una traición. Y la vida no traiciona a nadie. Desde su origen, la vida es como es, y la muerte forma parte de ella. Si te obsesionas en pensar que la muerte es algo terrible, descorazonador, irremediable, te pierdes el resto de la vida que te queda por disfrutar. Somos las personas las que retorcemos lo conceptos – y a veces hasta nuestra propia personalidad y la forma en la que actuamos- para tratar de evitarla, consiguiendo lo contrario: hacerla más presente, más trágica. La muerte hay que minimizarla y entender que es un capítulo más de la vida. El de la despedida.
Pero una vez que llega, deja un dolor inmenso.
Por supuesto. También el dolor forma parte de la vida y no es conveniente obviarlo. Mira, yo he pasado por dos tipos de muerte: la de mi madre, como te he contado, que fue larga y hablada y con el factor tiempo jugando a favor para expresar tu amor y despedirte, para reír y llorar y hacernos mil preguntas y contárnoslo todo, y la de mi padre, que se empeñó en ir a recoger al aeropuerto de Vitoria a una íntima amiga para llevarla a Pamplona y que resultó tremendamente inesperada. Ocurrió en un accidente de tráfico, cuando ya volvían para casa, en el que mi padre se estrelló contra otro coche y se mataron los dos. Imagínate ese otro tipo de shock, el dolor insoportable que te invade.
¿Cómo fue aquel día? ¿Cómo se supera eso?
Mi amiga había venido a visitarme a Sevilla y el vuelo de vuelta la dejaba en Vitoria. Mi padre había ido a buscarla al aeropuerto para llevarla a Pamplona. Yo estaba en mi casa esperando a que me llamaran para decirme que habían llegado bien, pero nada. No paraba de dejar mensajes a mi padre en el contestador automático (aún no existían los móviles): “Papá, ¿habéis llegado ya?”, “papá, ¿os habéis quedado a comer en Vitoria con los padres de Villar (su amiga)?”, “papá, por favor, dime algo que ya es tarde”… Nada. Pasan las horas y dan las doce de la noche. De repente recibo una llamada de mi hermano Kiko. “Te tengo que contar algo”, me dice. Temiéndome lo peor, pregunto: “¿Qué le ha pasado a papá? ¿Un infarto?”. “No, no es eso”. “Joder, Kiko, ¿qué ha pasado?”. “Ha sido volviendo de Vitoria. Un accidente de coche”. “¿Un accidente de coche? ¿Cómo está papá? ¿Y Villar?”. “Han muerto los dos, Mariló”… Y en fin, no sé cómo contarte esto… Empecé a gritar y a gritar y a gritar. Bajó mi hijo. Me dolía la vida.
Dios mío…
Escúchame: si te quedas atrapado por ese impacto, te entierras en vida. Se acabó.
¿Y entonces?
Entonces tienes que reaccionar, apoyándote en los tuyos. Tienes que comprender la desgracia y no quedarte atrapado en la tragedia final, porque entre otras cosas corres el riesgo de perder los buenos recuerdos, las grandes virtudes, los rostros amables de esas personas que se han ido. Hay que aprender a superar la muerte y hacerlo bien, con resiliencia. Es así como mantienes a tus seres queridos vivos en ti. Yo con mi madre, sin ir más lejos, hablo todos los días.
Estamos en marzo del año 2000 y casi le dejan viuda. Hablamos del intento de atentado bomba por parte de ETA a su entonces marido, Carlos Herrera.
Fíjate que lo narré yo en las noticias de Canal Sur. Él me llamó antes de los informativos y me contó el intento de asesinato con todos los detalles. Carlos siempre ha sido un gran irónico y no se le ocurrió otra cosa que decirme: “Llevo unas horas en la comisaría y, qué rabia, no voy a llegar a la Hermandad para sacarme la papeleta de sitio de Semana Santa. Hoy era el último día”. En aquel momento pude contener el desasosiego, porque me di cuenta de que mis hijos aún tenían padre. Después, quedamos a comer con Carlos para organizar una pequeña fiesta y así celebrar que estaba vivo. Ya por la noche, con el silencio de la casa tras la marcha de los invitados, y mientras observaba cómo mi marido dormía, me di cuenta de que podría haberme quedado viuda. Pero, mira, no fue así, y al día siguiente los chicos se fueron al colegio, y Carlos y yo a trabajar.
Desde su experiencia personal, ¿cómo definiría la resiliencia que tanto ha desarrollado en su vida? Lo pregunto porque el concepto ahora mismo está muy manoseado, muy cargado de pseudo-psicología.
La resiliencia es la inteligencia individual contra el dolor. Está al alcance de cualquier ser humano y solo hay que tener determinación para aplicarla.
MARILÓ ‘LA AVENTURERA’: FAMILIA, TELEVISIÓN, ÉXITO, LINCHAMIENTOS… Y UN POEMA DE KIPLING
La familia.
La familia, para mí, no es únicamente el grupo nuclear formado por padres e hijos. Es una comunidad que se extiende a los abuelos, tíos, primos y amigos, y en la que la clave es compartir y ser generosos los unos con los otros. Llegado un momento, conoces a una persona, te compras una casita y te animas a tener hijos para conformar otro núcleo familiar, que a su vez integra otra gran cantidad de abuelos, primos, tíos y amigos que aporta tu pareja. Un ejemplo que para mí refleja muy bien la grandeza de una buena familia es la relación que tienen mi hermano Salvador y el Herrera. Son dos hermanos, venidos de diferentes núcleos, que explican ese concepto de comunidad familiar al que me refiero. Luego la vida se mueve, se van algunos seres queridos, los hijos se independizan y todos vamos un poco de aquí para allá. Pero lo importante es que esa casita permanece, y aunque no sea como realidad física, sí lo es como un fuerte en el que te reúnes con los tuyos y en el que encuentras tus esencias. Y fíjate que el Herrera y yo nos divorciamos, pero hemos sabido mantener esa casita irreductible.
Escuché a Carlos en un programa de televisión decir que su mayor orgullo, con respecto a vuestros dos hijos, es que, más allá de sus actuales éxitos personales y profesionales, eran dos buenas personas.
Carlos y yo hemos estado siempre pendientes, en cada momento de su vida y en cada fase de su educación, de enseñarles lo que era correcto y lo que no. Lógicamente, cada etapa tiene sus dificultades, los niños cometen errores (ojo, porque tienen que cometerlos) y, además, hay que saber respetar su libertad para que ellos aprendan a desarrollarla (para esto es muy importante que vivan en un ambiente limpio). Pero siempre hemos estado pendientes de enseñarles lo que era correcto y lo que no para que fueran dos buenas personas, íntegras y honestas. Y si has conseguido transmitir esto bien, o al menos con todo tu amor, cuando se hacen mayores y se independizan te sorprenden dos cosas: la primera, que sigue activa la consulta paterna y materna a la hora de tomar sus decisiones importantes; la segunda es que se produce una evolución inesperada, ya que ahora son los hijos los que comprenden los errores de sus padres.
¿Algún error en concreto?
Los hijos te piden, a veces, que les respondas a preguntas que no es el momento de responder porque no las van a entender. Hay que saber aplacar esa impaciencia suya tan natural y esperar al momento adecuado. En alguna ocasión no he sabido aplazar esas respuestas y después ellos me lo han reprochado. Sin embargo, como te digo, maduran y con el tiempo se dan cuenta de que quizá presionaron demasiado y de que, bendita lección de vida, los padres también nos equivocamos.
¿Tiene Mariló Montero algún propósito en la vida con el que dejar su huella?
Sí: enseñar a mis hijos a decir “te quiero” mientras las personas estén vivas, y que no se queden con esa sensación de no haberlo dicho cuando ya se han ido. Prefiero que no me lloren cuando me muera por haberse quedado callados. Alberto y Rocío son muy sensibles con esto, y lo han demostrado con la abuela, que falleció este mes de enero.
Un valor humano innegociable.
La lealtad.
Valores negociables.
Todo es negociable, y perdonable, si quieres a una persona y en el trato hay lealtad.
¿Todo?
Bueno… Casi todo, como decía mi mentor.
Su carrera profesional es tremenda: Radio Navarra, Canal 2 Univisión en Costa Rica, Jesús Hermida, Telemadrid, Telecinco, Antena 3, Concha Velasco, Canal Sur, Nieves Herrero, Onda Madrid, ocho años presentando Las mañanas de TVE… ¿Qué le han dado y le han quitado los medios de comunicación?
Me han permitido desarrollar mi pasión, mi espíritu aventurero, en proyectos que me han interesado profesionalmente. No me han quitado lo fundamental, que es la libertad. Me he podido dedicar muchos años por entero a mi familia, porque así lo he elegido yo, y he tenido la oportunidad de volver a trabajar. A cambio, por supuesto, he corrido el riesgo de desaparecer del mapa. Por ejemplo: recuerdo que durante una etapa en la que estaba dedicándome a mis hijos en Sevilla, a veces me llamaban de Madrid para proponerme presentar programas nacionales y yo decía que no. Claro, razonablemente hay que entender que las cadenas, cuando alguien volviera a pensar en ti, pudieran decir: “A Mariló ni la llames, que esa no se mueve de Sevilla”. Es lógico, ¿no? Por eso también he salido a buscar mis oportunidades cuando he tenido tiempo para trabajar. Con humildad, con esfuerzo, provocando situaciones… Pero mi vida me la he organizado yo, no el director de una cadena de televisión.
Sí, pero prosigo: es colaboradora de la ONU para los fondos ODS, consejera editorial del Grupo Joly y columnista. Tiene catorce libros publicados, un máster en Dirección de Empresas y otro en Desarrollo Directivo por el IESE, y es coach de SUN. ¿Tiene tiempo para que nos tomemos una caña?
Ya te comento que, cuando tengo tiempo para estudiar y trabajar, estoy al cien por cien. Así entiendo yo la vida. Al cien por cien.
Tengo la sensación de que tiene una faceta como personaje público (la Mariló sexy e icono de la moda, la Mariló de las portadas de revista, la Mariló que lleva este u otro vestido en tal evento) que pasea con mucho sentido del humor. ¿Estoy en lo cierto?
Me alegra que lo aprecies, porque así es. Hago una separación muy estricta entre mi vida íntima (he realizado muy pocas entrevistas personales, más allá de presentaciones de un libro, o de ruedas de prensa sobre un proyecto, que no las cuento como tales) y esa faceta de personaje público de la que hablas. Pero da la sensación contraria. ¿Por qué? Pues porque, por ejemplo, un día voy a una fiesta de Vogue, monísima de la muerte, y te hacen unas fotos. De repente, aparece una de esas fotos en la portada de una revista con una declaración descontextualizada, que hiciste días antes en la presentación de una novela, que dice: “Estoy en segundo de soltería”. Y, claro, ya la tienes liada. Por supuesto, ni existe esa entrevista. Tienes una portada con la foto de una fiesta y una frase que soltaste un día en una rueda de prensa, con veinte periodistas reclamando tu atención, y en la que uno te preguntó si te ibas a volver a casar. Respondes en tono jocoso, para eludir la pregunta, que estás “en segundo de soltería”, y piensas que hasta te ha quedado graciosa la broma. Y ya ves. Parece que estás hablando de tu vida íntima y no es así en absoluto. Dicho esto, toda esa parte me la tomo con sentido del humor, sí.
Es una estrella de la Comunicación, un sector repleto de egos y de competencias feroces.
Menos de las que dices. La mayoría de los trabajadores de los medios de comunicación son grandes compañeros y nos respetamos entre nosotros. Por supuesto, existen las vanidades y sí que opino que en esta profesión deberíamos ser un poco más corporativos. Quizá lo que más me preocupe, sobre todo en el medio televisivo, es que el periodismo riguroso se lleva muy mal con el periodismo del corazón. Pienso que los contenidos de los medios son muy variados, y todos me parecen útiles y necesarios. Admiro tanto a Vicente Vallés como a Jorge Javier Vázquez. Lo que no me gusta nada es que Jorge Javier haya sido despreciado en una entrega de premios por compañeros de la profesión. Me desagrada. Tenemos que respetar todo lo que se hace en televisión.
¿Todo?
Bueno… Casi todo, como decía mi mentor. (Risas).
¿De verdad que no hay un exceso de vanidades?
Hay periodistas muy famosos que pueden ser insoportables en el trato personal. La vanidad hay que saber manejarla con tus valores personales. Pero, créeme: es perfectamente compatible ser un periodista híper famoso y, a la vez, una persona humilde y sencilla.
De todo esto deduzco que Mariló Montero es una mujer con amor propio.
En esta profesión tienes que tener amor propio porque te expones a tantas opiniones, a tanto maltrato en las redes sociales, que realmente la vorágine puede llevarte al precipicio. Yo llevo unos años tremendos en este sentido. Digo “buenos días” y me convierto en trending topic. ¡Mariló ha dicho buenos días! En los últimos años he sido acosada en los medios de comunicación, me han convertido en una víctima de ese tipo de periodismo que busca un titular-cebo, que muchas veces es mentira, y que se replica como las palomitas en los medios digitales.
Es cierto que hubo una época en la que salía a trending topic por semana.
Un auténtico linchamiento en las redes. Detrás de todo eso hay personas que tratan de inocularte miedo para que vivas con angustia. Y la verdad que a veces resulta insoportable. También en este asunto es imprescindible aplicar la resiliencia.
Una vez más, la autoestima. El amor propio bien entendido.
Y mis amigas de Estella. Ellas son mi salvavidas emocional, el “sitio” al que vuelvo cuando necesito que me escuchen y me comprendan desde mi raíz. Y también un regalo que me hizo en su día Jesús Hermida: el poema If, de Kipling, al que tantas veces me he aferrado cuando han venido mal dadas.
¿España tiene amor propio?
España es el mejor país de todos en los que he estado. Lo que pasa es que arrastramos un problema de educación. Necesitamos un gran pacto de Estado en ese tema. Y necesitamos una educación, además, que aliente la ambición personal, y no tanto la dependencia del Estado, para que así podamos dar un gran paso adelante como país desde cada proyecto personal. Sería muy beneficioso para España que se fomentase el emprendimiento empresarial y no tanto el funcionariado, la subvención y las ayudas económicas.
¿Por qué nos cuesta tanto asumir nuestros errores históricos y dar ese paso al frente de cara al futuro?
Porque España debería ser resiliente, y no lo es. Y también porque tenemos a unos políticos que, en función del turno de gobierno, diseñan una idea de Estado diferente cada legislatura. Esto es especialmente grave en la educación. Urge crear una estructura segura y permanente, para que así nos dejen ir creciendo poquito a poco sobre una base sólida de país.
De momento, tenemos la Agenda 2050 y tal vez no podamos comer carne de ternera por entonces. Un ilusionante proyecto de país.
Y tampoco podremos volar de Madrid a Jerez de la Frontera. Ruido, demasiado ruido. Ausencia de grandes líderes, de proyectos ambiciosos para el país, de impulso del tejido empresarial. España necesita paz política y social para crecer. Y mucha resiliencia.